domingo, 23 de diciembre de 2007

Si le molestan los niños, no se sorprenda: un estudio le da la razón.

Si le molestan los niños, no se sorprenda: un estudio le da la razón

Un estudio realizado por el Departamento de Otorrinolaringología de la Universidad del País Vasco asegura que el ruido de los parques infantiles no estaría aceptado en ningún puesto de trabajo.

Los noventa decibelios que llegan a alcanzarse en cualquiera de los parques infantiles que proliferan por estas fechas son una lenta tortura. Es más, tal y como asegura Agustín Martínez, decano de la Facultad de Medicina y Odontología de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU) y coordinador del estudio realizado por el Departamento de Otorrinolaringología de la misma, "esta fuente de ruido no estaría aceptada en ningún puesto de trabajo. No son tolerables unas condiciones de contaminación acústica semejantes. Por realizar una comparativa gráfica, la intensidad de este sonido equivale a la de un martillo neumático o al rumor de las cataratas del Niágara". El decano realiza una comparación aún más cercana. "La calle Autonomía es la más ruidosa de Bilbao y en hora punta registra 70 decibelios".

Han de buscarse soluciones. "La más habitual en el mundo laboral es la de aislar el foco de ruido y bajar el volumen. Además, existen tapones específicos para cada frecuencia sonora que se adaptan a la anatomía de cada oído. Pero hay que señalar es que semejante intensidad de las bocinas de las atracciones resulta absurda. Eso, sin dejar de recordar que el ruido te hace poco social."

Existen otras secuelas que han de valorarse. "Una exposición prolongada a este tipo de sonidos provoca HTA, hipertensión arterial. Un estudio realizado en la senda de planeo del aeropuerto de Los Ángeles revela un pico de accidentes cardiovasculares que no es achacable al mero azar". A esto hay que añadir problemas de irritabilidad, dolores de cabeza o cuadros de estrés.

En lo que atañe a los visitantes de los parques infantiles, las soluciones propuestas complementan a las anteriores. "Hay que ejercer mayor presión y solicitar a los feriantes que bajen el volumen de las atracciones. Por supuesto es aconsejable huir de las fuentes de ruido más intensas. No ha de olvidarse que los niños son más sensibles a este tipo de transmisiones intensas, dado que el adulto ya posee un entrenamiento del oído que le permite adaptarse. En los más pequeños se han detectado cuadros de excitación y estados de ansiedad asociados al ruido".

La capacidad dañina del ruido es evidente. "Siempre hay que medir la intensidad y el tiempo de exposición al mismo, pero se estima que una exposición prolongada a un sonido semejante –pongamos diez años- provoca tasas de sordera cercanas al cincuenta por ciento (47%). Antes de llegar a esta situación extrema se detectan otras patologías. El ruido es acumulativo y puede provocar hipoacusias".

En las conclusiones del informe, Agustín Martínez realiza una reflexión singular. "Las medidas de seguridad laboral han trasladado las fuentes del ruido del tiempo de trabajo al tiempo de ocio. Así, los conciertos, las discotecas, los iPods o cualquier otro dispositivo que disponga de auriculares o los altavoces de los coches –los vehículos son auténticas cajas de resonancias…- se han convertido en fuentes de ruido evidentes en estos tiempos. No conviene olvidar que generar ruido es fácil y barato".

Lo que sí parece relegarse en la memoria es "la existencia de una serie de derechos sobre el ruido. Los ciudadanos estamos protegidos por la ley, es cierto, en cuanto al número de decibelios emitidos. Pero cada día se escucha más música en tiendas, en ascensores, en consultas, en transportes públicos. Parece que la gente ha perdido la capacidad de hablar y comunicarse y la música llena ese vacío".

Otro de los "problemas sonoros" propios de las fechas navideñas está asociado a la detonación y estallido de petardos. "Pueden provocar un trauma acústico agudo", asegura Agustín Martínez. "Y no hay que perder de vista que en muchos casos deja secuelas irreversibles. Pueden romper el tímpano y las reconstrucciones con complejas y costosas en el caso de que puedan realizarse".

Esta índole de traumas agudos afecta, sobre todo, "al oído medio e interno. Un golpe acústico de estas características puede provocar perforaciones de tímpano, una luxación de la cadena de huesos, hemorragias internas, vértigo y una serie de daños asociados que aumenta los riesgos de hipoacusia de manera exponencial".

Esa misma escala se reproduce en el aumento de decibelios. "Existe la tendencia a creer que subir, por ejemplo, de 80 a 81 decibelios es relativamente sencillo. Sin embargo, existe un umbral en el oído humano que, una vez traspasado, magnifica este incremento. Cada decibelio que se sube a partir de esa barrera tiene un efecto amplificador".

Sin embargo, el ruido no es siempre equivalente a molestia. Así, Agustín Martínez recuerda que "cuando uno tiene el control de la fuente, el ruido deja de molestarle. Al saber que puede modificar la intensidad y la frecuencia del mismo se produce una serenidad propia del pensar "si me molesta, lo apago". Asimismo. Si el sonido lleva información tampoco molesta y existe una tercera cuestión a valorar: el status. Si uno vive, por ejemplo, en el barrio de Salamanca de Madrid no va a reconocer jamás que su barrio es ruidoso. "No puede ser", piensan. En realidad, - concluye el decano de la Facultad de Medicina y Odontología -vivimos, cada vez más, en la cultura del ruido".